El ajedrez y la juventud neuronal
La acumulación de pequeñas ventajas lleva a una supremacía considerable.
Wilhelm Steinitz, (ex campeón del mundo de ajedrez)
El envejecimiento es un proceso biológico unidireccional que se caracteriza, principalmente, por una disminución de las funciones que hace más susceptible al ser humano de padecer enfermedades y morir a consecuencia de ellas (Nilsen, 2008). En este proceso el organismo va perdiendo la habilidad para responder ante el estrés y mantener la regulación homeostática y metabólica; teniendo como consecuencia la disminución de las capacidades cognitivas y de supervivencia (Glica et al., 2009).
Conforme la edad avanza, ocurren alteraciones en las funciones mentales, coordinación motora y en patrones del sueño; disminuyen el peso y volumen cerebral, debido a la reducción de neuronas y vasos sanguíneos.
A través de los años, el individuo comienza a envejecer y esto hace que aparezcan cambios irreversibles que afectan células, tejidos y órganos.
Pero las últimas investigaciones sobre fisiología cerebral están aportando datos que nos dicen que nuestro cerebro es mucho más plástico de lo que pensábamos. Sus células maestras, las neuronas, mantienen la capacidad de seguir reproduciéndose hasta el fin de nuestros días, y siempre estamos a tiempo de desarrollar nuestra inteligencia y sus capacidades. Pero, como el cerebro es un músculo, necesita ejercitarse para estar en forma, además de una alimentación e hidratación adecuadas. Así, que la condición para que podamos mantener esta salud intelectual y neuronal es que aprendamos cosas nuevas que nos reten.
El ajedrez es una de esas actividades que nos ponen, de forma permanente, ante nuevos problemas que resolver, ya que nunca dos partidas de ajedrez van a ser iguales, al igual que no van a serlo dos contrincantes a los que podamos enfrentarnos. Esta constante novedad es la que sacia la sed de aprendizaje de nuestras neuronas, manteniéndolas despiertas, jóvenes, curiosas e inquietas.
El ajedrez es vida (R. Fischer, campeón del mundo)
El ajedrez tal como se le conoce hoy día tiene sus orígenes en la Europa del siglo XV. Este juego está universalmente considerado como el símbolo del intelecto, la complejidad, la sofisticación y la astucia.
Podemos decir que es una lucha contra los errores de uno mismo. Sean cuales sean sus circunstancias, cualquiera puede disfrutar de una buena pelea a muerte sobre el tablero de ajedrez.
Básicamente, el juego consiste en proteger al propio Rey con un mínimo de piezas y atacar al del oponente con el máximo de piezas posibles. Un juego, como diría Kasparov, absolutamente lógico, con unas leyes generales que se pueden comprender, bien intuitivamente, o trabajando muchísimo. Y para el que, en contra de la opinión generalizada, no hace falta ser especialmente inteligente. Más bien, es el propio juego, el que te vuelve inteligente.
En el ajedrez se combinan la táctica con la estrategia, la creatividad y la fantasía con lo científico-matemático, lo combativo con lo posicional. La defensa con el ataque, la paciencia con la capacidad de asumir riesgos, todo ello con una inquebrantable atención sobre lo que ocurre en el tablero.
En el ajedrez, como en la vida, se aprende más de las partidas que se pierden que de las que se ganan. Y como en la vida, la teoría puede aprenderse hasta cierto punto, pero llegado el momento de la verdad, el desarrollo de la partida depende más que nada, de la personalidad de cada uno de los oponentes.
Te sientas frente al tablero y repentinamente el corazón brinca, tu mano tiembla al tomar una pieza y moverla. Pero lo que el ajedrez te enseña, es que tú debes permanecer ahí con calma y pensar si realmente es una buena idea o si hay otras ideas mejores.
(M.Botvinnik)
La vida, se asemeja a una partida de ajedrez que precisa de las mismas artes y técnicas que el juego de los sesenta y cuatro escaques: conocimiento, preparación, estrategia, cálculo de las variaciones…
En el ajedrez, como en la vida, es preciso observar, examinar, descartar, organizar el pensamiento, y entender las diversas opciones que pueden aparecer. Tener soluciones preparadas, saber estudiar todas y cada una de las variaciones posibles. Así como comprender las facultades del contrincante para darles la vuelta en beneficio propio.
Para ello es indispensable contar con una férrea autodisciplina, intuición, lógica, así como seguridad y confianza en uno mismo.
Igual que en la vida diaria, el conocimiento profundo de la situación nos ayuda a vivir y a encarar los desafíos con esperanza de éxito.
El ajedrez y la toma de decisiones
En palabras de Bobby Fischer, que ostentó el título de Campeón Mundial hasta que se lo arrebató Karpov, el ajedrez es la vida.
Uno de los ejercicios mentales más potente a los que podemos someter a nuestra red neuronal es lo que llamamos toma de decisiones. En este proceso se ven implicado gran parte de las funciones que enumeramos en el último apartado del artículo.
Y la vida consiste, básicamente, en una constante toma de decisiones, de elecciones entre varias opciones posibles. Cada uno de nosotros crea su propio sistema de toma de decisiones. Nuestro objetivo es conseguir lo mejor de ese sistema, identificarlo, calibrar su rendimiento y encontrar fórmulas para manejarlo. Y con él, poder explorar nuestros propios límites.
Si damos el primer paso, si abandonamos el nivel inicial en el que sólo nos preocupa mover según las reglas del juego, comenzamos a crear patrones propios individualizados que nos distinguen de los demás. De todos aquellos que han movido un peón sobre un tablero alguna vez en su vida. Adquirir patrones de respuesta y desarrollar la lógica adecuada para emplearlos, suma valor a nuestra capacidad innata de toma de decisiones.
El ajedrez implica un nexo cognitivo único, un lugar donde el arte y la ciencia se unen en la mente humana, y son depurados y mejorados a través de la experiencia. Ese es el camino para mejorar cualquier aspecto de nuestra vida que implique el pensamiento.
Todos deberíamos aprender a combinar el análisis y la investigación con el pensamiento creativo para poder tomar decisiones con eficacia. El ajedrez proporciona un modelo muy versátil sobre la toma de decisiones. En el ajedrez el éxito y el fracaso se miden con patrones muy estrictos.
Cada movimiento sobre el tablero es el reflejo de una combinación de toma de decisiones, que se acaba concretando en ese gesto que implica mover una determinada pieza, y no otra.
El ajedrez es arte y calculo (M. Botvinnik, campeón del mundo)
Podemos decir que el ajedrez mantiene nuestras neuronas jóvenes porque para jugarlo se necesita recurrir a todo un elenco de acciones o procesos mentales. Estos requieren la implicación conjunta de los dos hemisferios cerebrales de forma armónica. Ya que algunas de estas facultades se encuentran en uno de los hemisferios, que podríamos llamar lógico, y otras en el artístico o intuitivo.
Así tenemos que durante una partida de ajedrez debemos poner en juego:
- Saber desarrollar objetivos y mantenerlos.
- Ejercer la memorización.
- Usar el razonamiento lógico: Por medio del razonamiento se llega a descubrir las combinaciones. (R. Grau, campeón de ajedrez)
- Creatividad: introduciendo movimientos nuevos en jugadas bien planeadas.
- Intuición: saber prever los movimientos del adversario, incluso su plan de ataque y defensa.
- Capacidad de adaptación: introduciendo cambios en nuestra estrategia en función de cómo se vaya desarrollando la partida.
- La habilidad de combinar creatividad y cálculo.
- Capacidad de planificación: lo primero que necesitamos para alcanzar el éxito es tener una planificación. Un mal plan es mejor que no tener ningún plan. (F. Marshall, GM.)
- Maleabilidad: la capacidad de aprender nuevos procedimientos.
- Autocontrol emocional: las presiones para cambiar nuestra estrategia pueden venir tanto desde dentro como desde fuera. Saber mantener la calma, no impacientarse, asumir la derrota.
- Capacidad de análisis y síntesis: Razonando de lo general a lo particular, y de lo particular a lo general.
- Autoconocimiento: darnos cuenta de nuestras propias fuerzas y debilidades, ayudando a tomar conciencia de lo que cada uno hacemos bien.
- Capacidad de observación y de auto-observación.
- Atención, no perder detalle de lo que sucede sobre el tablero ni del estado emocional y mental del adversario.
- Desarrolla la capacidad de asumir riesgos.
- Espíritu de sacrificio.
- Juego limpio.
Jugar una partida de ajedrez es pensar, elaborar planes y también tener una pizca de fantasía (GM. Bronstein)
Todos estos ejercicios mentales mantienen a las neuronas con un buen nivel de actividad, a la vez que permiten que se creen nuevos circuitos entre ellas, lo que amplia nuestra red de conexiones.
Una buena partida al día no solo mantendrá nuestro cerebro activo, sino nuestro ánimo motivado y dispuesto a superar nuevos retos. Quién empieza a adentrase en este mundo, rápidamente se enamora de este juego, donde un humilde peón puede acabar con el Rey, por algo será.