Cuando
entra un agente patógeno en nuestro cuerpo (por ejemplo, un virus), uno de los
mecanismos de respuesta que se activa en nuestro sistema inmunitario es la
inflamación. Por eso, cuando se produce una infección, nuestro cuerpo “envía”
una gran cantidad glóbulos blancos para “defenderse”.
La diferencia entre la reproducción de bacterias y virus radica en que las primeras se multiplican igual que las células humanas, (por división celular, es decir, la célula bacteriana hace una copia de su genoma y la célula madre se divide en dos “hijas” que, a su vez, pueden reproducirse); sin embargo, el virus no puede multiplicarse por sí mismo ni copiar su genoma, para ello necesita de las células huéspedes (las que habitan en el organismo) por lo que, con su reproducción, van destruyendo las células o, por el contrario, entran en juego linfocitos NK (Natural Killer), que son células que se encargan de destruirlo. Por este motivo, el tipo de patógeno condiciona el tipo de respuesta específica de nuestro cuerpo.
¿Cómo se reproduce la COVID19? Concretamente, cuando el coronavirus entra en nuestro cuerpo se “pega” a las células infectándolas para poder reproducirse. Gracias a las proteínas que tiene “en forma de lanza” puede penetrar la membrana de estas células. Una vez la proteína S la penetra, mete la información de su ARN. La célula recibe esta información como propia y comienza a hacer millones de reproducciones. Una vez ha reproducido todos los “elementos”, se unen y forman un nuevo virus propio que se sale de la célula en busca de otra a la que infectar.
Pero ¿qué
tienen que ver los ácidos grasos aquí? A continuación, lo explicamos.
El papel de los ácidos grasos
Como hemos
comentado anteriormente, cuando un agente patógeno entra en nuestro organismo,
nuestro sistema inmunitario manda células para que nos proteja (linfocitos).
Entonces, ante estas respuestas inmunitarias de nuestro cuerpo, ¿qué papel
tienen los ácidos grasos? Fundamental, ya que se encargan de regular esa
acumulación masiva de células que el organismo ha mandado a defender nuestro
cuerpo.
Según el
documento “La estrecha relación entre la nutrición y el sistema inmunitario”,
llevado a cabo por el grupo de Inmunonutrición del departamento de Metabolismo
y Nutrición del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid
(CSIC): “La composición de ácidos grasos de las membranas de las células
inmunocompetentes se modifica de acuerdo con la composición de ácidos grasos de
la dieta. En general, se considera que las grasas saturadas provocan una
respuesta inmunitaria de mayor entidad que los ácidos grasos poliinsaturados, y
dentro de éstos, los Omega 3 serían
inmunosupresores y tendrían efectos antiinflamatorios. Por ello, se considera
que su empleo puede ser beneficioso en procesos inflamatorios y enfermedades
autoinmunes”.
“De forma
breve, los
ácidos grasos Omega 3 dan lugar a la formación de
prostaglandinas y leucotrienos de la serie 3 y 5 que se consideran mediadores
de inflamación mucho menos activos que los de las series 2 y 4. Se ha
demostrado en diversos estudios en animales y humanos que la suplementación
dietética con ácidos grasos Omega 6 provoca una disminución de la proliferación
linfocitaria, la producción de citoquinas y la quimiotaxis de neutrófilos. El
equilibrio Omega 6 /
Omega 3 en la dieta es muy importante, pues un déficit de ácido
linoleico (ácido graso esencial de la serie Omega 6) se asocia con un aumento
de la incidencia de infecciones”, explican en el documento del CSIC.
Las
prostaglandinas son unas moléculas que hacen de “mediadoras” en el organismo, y
que, a diferencia de las hormonas no se almacenan, sino que se sintetizan y se
liberan para realizar su efecto inmediatamente.
Cuando no es suficiente con la dieta
Dentro de
los ácidos grasos poliinsaturados, los Omega 3 y Omega 6 son los más abundantes
en los mamíferos. Sus precursores, los ácidos alfalinolénico (ALA) y linoleico
(LA), se consideran ácidos grasos esenciales (AGE), porque el organismo los
requiere para su normal funcionamiento y sólo se pueden adquirir a través de la
alimentación. Dentro de la serie de los Omega 6, los más importantes en nuestra
dieta son el ácido eicosapentaenoico (EPA) y el ácido docosahexaenoico (DHA).
Tanto el EPA como el DHA son de difícil síntesis endógena y poseen importantes
funciones en el organismo. En la serie de los Omega 6 hay que prestar especial
atención al ácido gammalinolénico (GLA) y al ácido araquidónico (AA). El GLA,
al igual que el EPA y el DHA, es de difícil síntesis por el organismo”, según
explica la revista especializada Offarm.
Organizaciones internacionales como la OMS y la Autoridad Europea de Seguridad (EFSA, por sus siglas en inglés), apuntan a las dosis necesarias de ácidos grasos en los adultos y los niños de 10 a 18 años necesitan al día: “Unos dos gramos día de ácido graso omega 3 (ALA), 250 mg/día de los ácidos grasos de cadena larga Omega 3 (EPA) y 10g/día del ácido graso Omega 6 linoleico (LA). Pero en ocasiones el aporte de ácidos grasos es insuficiente en la dieta, por eso son recomendables los suplementos con Omega. Concretamente, la OMS explica que “los ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga omega 3 pueden contribuir a la regulación de muchos procesos biológicos, entre ellos algunos que son importantes durante el embarazo y el parto”.
Cuando la
dieta no es suficiente para conseguir el aporte necesario de ácidos grasos, se
puede recurrir a la suplementación. Complementos como OMEGA 3
Triglicérido llevan aceite de pescado FOS (con EPA, DHA), gelatina bovina,
glicerina y antioxidante (D-alfa tocoferol. De esta forma, su asimilación por
parte de nuestro organismo es mucho mayor que en otras formas de extracción, en
las cuales, intervienen otros factores que degeneran el aceite, además de tener
que ingerir menos perlas para cubrir la cantidad diaria recomendada. Este
aporte extra de ácidos grasos contribuye al refuerzo para el correcto
funcionamiento del corazón (por la presencia de EPA y DHA), al mantenimiento del
funcionamiento normal del cerebro y de la visión en condiciones normales (por
la presencia de DHA).
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