Qué es el miedo y cómo manejarlo para mantenerlo a raya

Vamos a hablar del miedo, sobre cómo perder el miedo al miedo, y de qué hacer para que deje de resultarnos una emoción paralizante y aterradora. Para que podamos convertirla en algo útil y provechoso.

Para ello vamos a desmenuzar sus componentes y analizar sus diferentes elementos, lo que nos va a permitir que deje de parecernos algo inabordable. Ayudándonos a sentir que superarlo está a la altura de nuestras capacidades, que es posible lograrlo con algo de esfuerzo.

El miedo es una de las emociones que podemos llamar primarias. La poseen casi todos los animales y tiene que ver con una aversión natural al peligro.

Su característica principal es una intensa sensación desagradable provocada por la percepción de un estímulo potencialmente peligroso, pudiendo ser este real o imaginario. Y cuyo origen puede estar relacionado con el pasado, el presente o el futuro.

La finalidad del miedo es asegurarnos la supervivencia, formando parte de mecanismos más complejos como es la respuesta de estrés, que se va a concretar en conductas de defensa y/o huida.

En realidad, el miedo es uno de los componentes principales de estas respuestas, que sirven para reaccionar adecuadamente y poder escapar eficazmente de un peligro inminente. 

Así, el miedo es una emoción vital para la supervivencia, que nos permite dar respuestas adaptativas al medio en situaciones de peligro.

Las personas que no tienen miedo suelen desarrollar conductas de riesgo que ponen en peligro su seguridad e incluso su vida, y la de las personas que los rodean. Sus tipologías van del temerario al psicópata.

Por lo tanto, podemos ver que el miedo no solo es algo completamente natural, sino absolutamente necesario para la conservación de la vida en general y de la especie humana en particular.

Podríamos decir, que el miedo es un seguro de vida.

Origen del miedo

El origen del miedo se encuentra en el sistema límbico, donde residen las emociones.

Obedece a un mecanismo hormonal que se desencadena en la amígdala central, y en el que intervienen una serie de neurotransmisores como la vasopresina, el cortisol y la adrenalina.

Este cóctel de hormonas va a provocar, entre otras reacciones fisiológicas: sudoración, dilatación de las pupilas, aumento de la presión cardíaca, descenso de la temperatura corporal, aumento de la conductividad de la piel y aumento del tono muscular.

Esto suele ir acompañado de preocupación, y de una sensación de gran malestar y de pérdida de control.

En general, el miedo, cuando no sabemos manejarlo, nos bloquea emocionalmente y nos paraliza, dificultándonos disfrutar de la vida y de sus placeres.

¿Cómo adquirimos nuestros miedos?

Cualquier cosa es susceptible de producir miedo a una persona en concreto. Absolutamente cualquier cosa.

Hay miedos, muy extendidos, a cosas tan comunes y aparentemente insignificantes como son los pequeños insectos o los roedores.

También existen miedos que podemos llamar sociales, como los miedos a los espacios abiertos o cerrados, a hablar en público, o a las muchedumbres…

Y otros más filogenéticos, como el miedo al vacío, los ruidos fuertes y los animales que reptan, con los cuales, la especie humana viene de serie.

En todo caso, todos estos miedos solo son una expresión del miedo primordial, el miedo a la muerte.

Con independencia de cuál sea el objeto de nuestros miedos, todos se adquieren por las siguientes vías:

  • Aprendizaje Vicario o por Observación de Bandura: Este autor señala que no solo se aprende por experiencia propia. El aprendizaje Vicario postula un tipo de aprendizaje social por imitación de modelos. Si vemos a alguien que se comporta de una manera por la cual recibe un premio, tendemos a repetir ese comportamiento. Y si recibe un castigo tendemos a evitarlo.

Ejemplo: Si Jaimito va por la calle de la mano de su madre y observa cómo un perro ladra a otro niño que se asusta y se pone a llorar, la próxima vez que vea un perro es probable que se asuste, aunque no le ladre a él.

  • Aprendizaje por Condicionamiento Clásico: Estudiado por I.P. Pavlov, se trata de la asociación por repetición de un estímulo nuevo con un reflejo ya existente. Un estímulo originalmente neutro que no provoca respuesta adquiere la capacidad de provocarla gracias a la asociación con uno que normalmente sí tiene esa capacidad. En este modelo es básico el número de veces que esta asociación se repite.

Ejemplo: Esta vez es a Jaimito a quien ladra el perro. No le muerde, sólo le ladra. Pero como el miedo a los ruidos fuertes es un miedo filogenético en nuestra especie, si esto le pasa cada vez que ve a un perro, en poco tiempo, el miedo a los perros estará instalado en Jaimito.

  • Aprendizaje por Condicionamiento Operante: Modelo desarrollado por B.F. Skinner, que se basa en las consecuencias, o asociación contingente, de una conducta con un premio o un castigo. Idealmente, el premio llevaría a la repetición de la conducta y el castigo a su extinción.

Ejemplo: Jaimito va por la calle y se cruza con un perro, se acerca a él para acariciarlo. Si el perro responde positivamente y se deja acariciar, lo más probable es que en el futuro, Jaimito repita esta conducta cuando vuelva a ver otro perro. Si, por el contrario, el perro responde mal y le gruñe, ladra o incluso le muerde, lo más probable es que Jaimito no vuelva a repetir esta acción con otros perros en la calle. Y de paso les coja miedo.

Observar que en el Condicionamiento Clásico hablamos de reflejo (involuntario), y en el Condicionamiento Operante, de conducta (voluntaria).

Componentes del miedo

Podemos decir que el miedo tiene tres tipos de componentes:

  • Cognitivos: preocupación, sensación de pérdida de control, valoraciones negativas, anticipaciones negativas de las consecuencias, bloqueo mental…
  • Conductuales: agitación, parálisis, rigidez, temblores, tics, tartamudeo, agresividad…
  • Somáticos: sudoración, nerviosismo, ansiedad, presión arterial, taquicardias, reacciones de la piel…

Para un buen manejo del miedo, necesitamos generar una respuesta elaborada que nos permita abordarlo de forma adecuada. Para ello debemos tener en cuenta cada uno de estos tres componentes.

Estrategias de afrontamiento

En el nivel de las conductas, las estrategias básicas para afrontar el miedo son cuatro:

  • Inmovilizarse: No hacer nada, quedarse quieto.
  • Amenazar o atacar: Puede ser tanto verbal como físicamente. Las críticas, elevar la voz, la postura amenazante… son algunas de estas estrategias.
  • Retirarse o huir: Salir de la situación. Solemos hacerlo cuando valoramos que enfrentarnos va a ser más peligroso, o cuando hemos aprendido que defendernos no sirve de nada. Este mecanismo se llama indefensión aprendida.
  • Evitar el ataque del otro: Por ejemplo, levantando barreras, poniendo obstáculos o distancia: Colgando el teléfono, bloqueando el Whatsapp, cambiando la cerradura, apagando la televisión…

En el ámbito cognitivo, buscaremos mantener nuestros pensamientos bajo control, y no que sean los pensamientos los que nos controlen a nosotros. Para ello:

  • Medita, mantente presente, observa, respira y suelta.
  • Controla tus fantasías negativas.
  • No hagas drama.
  • Evita nutrir los pensamientos negativos y el pánico.
  • Infórmate por medios fiables.
  • Evita actuar de forma impulsiva y emocional, deja que pase la ola emocional para no entrar en pánico.
  • Sé razonable, lógico, y mantente lúcido.
  • No generalices.
  • No te adelantes a los acontecimientos con previsiones negativas del futuro.
  • Confía en tus recursos.
  • Busca el lado positivo de las situaciones y el aprendizaje.
  • Agradece todo lo bueno que hay en tu vida.
  • Haz listas de las cosas positivas que tienes como recursos para afrontar este momento.
  • Confía en la vida como proceso, y en que de todo se sale.

Respecto a la respuesta somática, si lo hemos hecho bien, esta última cambiará por si sola, sirviéndonos de barómetro de lo acertado de las estrategias desarrolladas. Ya que es una variable dependiente de nuestro sistema nervioso, sobre el que no tenemos control voluntario.

El miedo y la trascendencia

El miedo es básicamente psicológico. Suele tener que ver con cómo interpretamos lo que nos está pasando, desde una experiencia previa, que nos predispone a esperar un desenlace negativo.

Analizar qué experiencia anterior está en la base del miedo que sentimos ahora, en el momento presente, suele ser una buena estrategia para quitarle fuerza e ir desmontándolo.

Otro camino para manejar el miedo es tomar consciencia de nuestra naturaleza trascendente.

Ya que todo miedo está relacionado con el final de la existencia tal y como la conocemos, el reconocimiento de nuestra naturaleza espiritual nos ayuda a ir más allá del miedo. Esto nos va a permitir dar sentido y aceptar estas experiencias como parte de nuestra evolución, aprendizaje y crecimiento personal.

Existencialmente, los miedos están ahí para afrontarlos. Para que desarrollemos herramientas que nos permitan superarlos y, en este proceso, descubrir lo fuertes que somos. Lo valientes, compasivos, empáticos y solidarios que podemos llegar a ser. 

Porque mis miedos no son sólo míos, son de todos.

Porque el mismo miedo que nos hace vulnerables, cuando lo trascendemos, nos convierte en resilientes. Favoreciendo a su vez que aumente la confianza que tenemos en nosotros mismos. Lo que nos capacita para poder disfrutar más plenamente de la vida, tal y como es, momento a momento.


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15 noviembre / 2017

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